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martes, agosto 20

1. TRES INSTANTES PARA MORIR Y UNA MUERTE VERDADERA (Colección Cuentos de Saulomón)


Por Fabio Alberto Cortés Guavita

Tres instantes para morir... y una muerte verdadera, es una critica a los medios masivos de comunicación especialmente a la TV y a la forma “violenta” como presentan las noticias “violentas” en busca de la audiencia sin importar el daño que se pueda causar, el dolor de los protagonistas, o la presencia de niños frente al televisor. Una realidad al amparo de la irrealidad del pensamiento y de la vivencia dolorosa en el marco irreal de la realidad. Es pues otra visión de la cruda situación de la violencia en Colombia basada en hechos presentados por la televisión colombiana en los años 2000 a 2003. (Casos reales como la noticia de la muerte de un humilde zapatero, linchado en la población de Chinchiná, obviamente vistos en otro contexto, trasladado al de las barras bravas, para dar un ejemplo; todo en el marco de la terrible tragedia vivida por Alonso)


El Pacifista

Un hombre de unos treinta y seis años yace en el piso masacrado por una turba enardecida compuesta por unos doscientos hinchas furibundos, los cuales al grito de ¡dale rojo dale! y ¡azul mata rojo!, le golpean sin piedad; patadas, puños, garrotazos y el hombre tratando de ponerse en píe mostrando su camiseta mitad azul y mitad roja. Cuando logra incorporarse alguien por detrás le asesta una puñalada derribándolo de nuevo, por un instante pareciera como si la turba se inmovilizará, y el hombre alcanza a quedar de rodillas mirando suplicante a sus agresores, pero es derribado por enésima vez, en esta ocasión de una patada en la cabeza propinada por un furibundo hincha rojo, y uno azul se abalanza sobre el inerme ser vapuleándolo una y otra vez hasta convertirlo en una masa sanguinolenta, en un guiñapo humano. De pronto... alguien en un instante de duda de la turba recoge al hincha mediador al hincha de la paz, y corre, con él en brazos en busca de socorro.

Todo ante la mirada impávida de la policía, ante el flasheo de las cámaras fotográficas pendientes del encuadre y ante el frío ojo de la cámara de un conocido noticiero de T.V., quien fiel a sus principios no puede perder detalle de la “chiva”, y ante miles de ojos cobardes observando desde las ventanas, desde los autos y desde la propia calle escenario del linchamiento. Todos ven asesinar a un hombre sin el más leve asomo de solidaridad, con el morbo propio de quien no siente apego por la dignidad humana.

Alonso, un periodista investigador, ecléctico, crítico de los medios de comunicación por sus abusos, y un verdadero defensor de la libertad de expresión responsable; pero ante todo un redomado romántico fue uno más de los testigos, pero no en el sitio de los acontecimientos sino desde la silla frente al televisor al día siguiente observando las imágenes presentadas con la más cruda y descarnada subjetividad. Alonso no podía dar crédito al desfile dantesco registrado por sus pupilas, no podía creer que este linchamiento pasara así, sin más y sentía crecer el rating del noticiero utilizando una vez más lo parcializado, lo falto de ética, objetividad; en busca únicamente de lo emotivo, del espectáculo de la muerte... y sintió su mente golpeada y sangrante... sintió desfallecer y caer en un enorme vacío, negro y sin fondo... viajando a través del silencio cósmico, vertiendo el llanto del tiempo, el dolor indescifrable de lo eterno...

...aquella mañana de domingo, de clásico, Alonso había salido de su casa más temprano, estaba dispuesto a presentar una nueva estrategia en busca de poner freno a la violencia en los estadios, había decidido utilizar la camiseta combinada con los colores de los dos equipos, se presentaría al estadio con una camiseta azul y roja, y con un letrero que decía juego limpio por favor, se proponía crear una barra para cada equipo en defensa de la filosofía del juego limpio, entendido éste como el juego de la tolerancia, del respeto por el contrario involucrando a todos los protagonistas del espectáculo; a los hinchas, a los jugadores, a los árbitros, a los directivos y a los periodistas: a todos.

Estaba seguro de ser escuchado y para dar el primer paso propondría crear una zona de distensión en el estadio (¿por qué no?, si la propia guerrilla lo había conseguido) buscar una tregua en el propio estadio, estaba convencido que la paz podría llegar en poco tiempo; cuánta ilusión encerrada en un sólo pecho, cuánta fe en un ideal, cuánta esperanza en tan sólo un corazón, cuánta ingenuidad en un solo hombre...

Al llegar al estadio comentó con su colega y amigo Mario.

- Este partido en apariencia es de simple trámite, uno más del calendario.

- No olvide Alonso -replicó Mario- lo ocurrido en el 99, ese año sancionaron la plaza por los desmanes de un partido más, de un clásico de trámite donde no se jugaba a nada. Multas, suspensiones y al final ¿qué pasó?

- Nada hermano, por cuanto se busca la calentura entre las sábanas. En un país campeón mundial de la violencia, el problema de las barras bravas no refleja solamente los problemas del fútbol, mire usted los niveles de miseria, de desempleo, de descomposición social, de falta de oportunidades, la concentración de la riqueza...

- Todo bajo el imperio de la corrupción; en el gobierno, en el congreso, en la empresa privada, en la dirigencia deportiva, en todas partes.

- Con esta forma de vivir, en nuestro país las barras bravas son solamente un desfogue de pasiones, la válvula de escape de unos jóvenes sin ley ni Dios, apesadumbrados por una situación invivible.

- Solamente queda esperar que esa válvula no se convierta en un detonante replicó Mario...

Pero el partido al contrario del pensar de Alonso, no fue uno más, si bien el resultado poco importaba para estos dos equipos venidos a menos, dos equipos sin pena ni gloria, lo ocurrido no lo resistían los acalorados hinchas y las barras bravas en su fanatismo y falta de objetividad lo veían así: el árbitro no pitó un penal, el fuera de lugar no fue... el balón no entró... los azules matamos rojos... los rojos comemos azules... el auxiliar de occidente no levantó la bandera... en fin...

Botellas de licor inundaban el terreno de juego, pequeños incendios en las tribunas, policías para custodiar a jueces y jugadores y el público de pie gritando hijueputas, hijueputas... ya no se sabía a quién recriminaba el público, si a los árbitros, a los jugadores, a los directivos, en fin, seguramente el madrazo iba para todos, incluidos ellos mismos.

Una hora después en la calle Alonso vio a los dos grupos enfrentados en la curva (cerca del Palacio del colesterol) con botellas, palos y armas cortopunzantes. Alonso presintió la destrucción de los vehículos en el parqueadero, algunos desadaptados iban con teas encendidas hacia ellos y fueron repelidos por un grupo de policía iracunda, atropellando a quien se pusiera por delante, los caballos patearon niños, mujeres y a todo lo que se movía. Y luego presurosos abandonaron el lugar.

A eso de las ocho de la noche un grupo de unos trescientos hinchas rojos y azules sin distingo marchaban sobre el parqueadero con el ánimo, esta vez sí, de destruir los 100 o más automotores encerrados en el parqueo sin haber podido salir.

Fue entonces cuando Alonso intentó apaciguar los ánimos y se atravesó con su camiseta roja y azul gritando que solamente el juego limpio pondría fin a la violencia deportiva:

- No sumemos más violencia a la violencia de nuestro país, la lucha deportiva no puede estar matizada por la guerra, tengamos una tregua, escúchenme, juguemos limpio por favor.

Los llamados a la cordura por parte de Alonso se perdían entre los gritos enfurecidos de la turba enceguecida por el trapo rojo y el trapo azul, el color odiado, el enemigo a quien había que destruir. Alonso quedó inerme entre la muchedumbre, y el primer golpe vino de atrás, un garrotazo en la nuca y Alonso sintió como si le arrancaran la cabeza del tronco y entre la nebulosa creada por d
el golpe y vio llegar a Mariace... la vio radiante ingresando a su oficina, le traía una nueva oferta, un nuevo producto y Alonso pensó no hay mujer más hermosa, ese rostro, ese cuerpo y esa forma de caminar, Dios santo qué mujer. Mariace le saludo con una sonrisa esplendorosa dejando al descubierto una dentadura perfecta y un hoyuelo pequeñito en su nariz que la hacía lucir sencillamente encantadora.

El impacto fue tan tremendo que Alonso cayó de bruces al piso, y lo siguiente que recibió fue una patada en su espalda... escucho la voz de Mariace que le decía ‘sí, acepto ser su esposa’ y percibió el aroma del Alicia Alonso embriagándolo, y los labios que besaban, y la piel temblando al contacto con la piel, la gloria del paraíso, el fuego de la divinidad envuelto en el ropaje luminoso del amor... y el dolor agudo en el pecho, en los brazos, en las piernas... y la voz del trío San Juan cantando... “Cosas como tú son para quererlas, cosas como tú son para adorarlas porque tu y las cosas que se te parecen son para llevarlas en mitad del alma...” y la sonrisa extasiada de Mariace, sus labios húmedos entreabiertos, su cuerpo atravesando valles insondables de placer... Mariace...

Alonso trata de incorporarse, logrando a duras penas ponerse de rodillas en el pavimento y sintiendo el frío del metal que entraba en su espalda desflorando la carne viva a la altura de los pulmones, su lomo quemado por el fuego ardiente, la humedad caliente y viscosa que manaba y manaba de lo más profundo de la entraña de la vida, el dolor cada vez más insoportable, más intenso y sus ojos verdes empezaban a apagarse y de pronto alguien lo levanta en vilo y corre con él y corre... al lado de Mariace en el aeropuerto pidiéndole que no se fuera, que no lo abandone y sus ojos verdes desgranando lagrimas de dolor de rabia y de impotencia... Mariace se le iba de la vida y a él la vida se le iba de las manos.

En toda la ciudad el fulgor de los relámpagos rompía la virginidad de la noche, el retumbar de los truenos penetraba los sentidos una y otra vez. El ulular de las sirenas se perdía en el barullo de la tormenta dejando atrás una ciudad desierta y fría.

Al día siguiente Alonso no alcanzaba a entender lo ocurrido, estaba viendo el noticiero y de pronto vino el linchamiento y... ¿Mariace? Por qué, si hacía diez años que lo había dejado en el aeropuerto y desde entonces no había tenido noticias de ella, seguramente continuase en Manizales, y el muerto... maldición, el muerto y buscó ávido en los periódicos del día el nombre, el sitio donde estaba el cadáver.

Un importante diario de la ciudad rescataba lo dicho por un dirigente al referirse al rechazo a la violencia inculpando a la policía, señalando que la solución nunca debe ser la fuerza y rematando su opinión decía: “Siempre esperamos una respuesta del Alcalde y nunca nos contestó, no se tomaron medidas de prevención, nada”.

La polémica no se centró en el muerto, este se dejó de lado, el problema fue la forma como el Notiteve presentó las imágenes, un reconocido director de TV. , salió en defensa del noticiero y dijo:

“Dejo claro que los intereses de los medios son netamente comerciales y el que diga que esto es un servicio público está equivocado, esto es un negocio y estas imágenes venden”

El Notiteve se defendió diciendo: “Era válido mostrarlas (las imágenes), era una denuncia para evitar que el hecho fuera el de un muerto más que se nos iba debajo del brazo”

Sintió ganas de vomitar frente al cinismo con el cual se pretendía defender semejante atropello a la razón, pero había algo en su cerebro golpeando como un martilleo incesante, como una gota de agua que cae en el silencio de la noche: un muerto más que se nos iba debajo del brazo.

Llamó a Mario y juntos recorrieron todos los hospitales, las clínicas, el seguro social, la morgue y nada, nadie sabía nada del cadáver -Alonso aprovecha el espacio que les deja el recorrido para hacer confidencias con Mario acerca de lo ocurrido la noche anterior- Mario lo observa seriamente advirtiéndole:

- Ojo con tal situación viejito, parece como si el trabajo le estuviera haciendo daño

Al parecer el cadáver del pacifista estuvo en todos los sitios visitados, solamente con unas horas de antelación a la visita de Alonso y Mario pero nadie sabía nada, parecía un recorrido absurdo, al llegar a un hospital sí aquí estuvo, pero ya no, lo reclamó alguien, un familiar, en el siguiente sitio igual, la situación se tornaba desesperante, involucraba instantes de locura, de vehemencia, y continuaron a diestra y siniestra, hasta convencerse: sencillamente el cadáver del pacifista como le llamaron desde entonces los medios de comunicación no estaba. El cadáver del pacifista había desaparecido.



El Comandante

Los veinte cadáveres estaban regados por el piso en un área de unos doscientos metros, la cámara lentamente hacía un paneo por el ensangrentado panorama, de pronto un acercamiento, un primer plano permitía ver con una diamantina claridad como los cadáveres no estaban enteros, ¡no señor! La mutilación era evidente, la sevicia de los paramilitares (y la del camarógrafo) dejaba ver un brazo aquí, una pierna más allá y de repente la tecnología en acción, un close up permitía ver con todo el morbo del mundo el cadáver del comandante de aquel grupo guerrillero, que al decir del locutor había caído en una emboscada, en una acción sorpresiva de los paramilitares, un hombre sin cabeza, o mejor, la cámara nos muestra en un primer primerísimo plano la sola cabeza del guerrillero una cabeza con el cabello ensortijado y largo y unos ojos verdes desmesuradamente abiertos.

Después de lo ocurrido con el pacifista Alonso pensó no volver a presenciar escenas tan violentas, ¡qué iluso!, cómo podía ser, en un horario del medio día, con niños y niñas, jóvenes y mujeres en fin, con la mayoría de Colombianos atónitos. Pero claro antes del noticiero se escuchó:

“El siguiente programa puede contener escenas de sexo o violencia moderada...” la estúpida justificación.

Alonso recuerda un texto leído hace muchos años en una obra de Irving Wallace, "Los Siete Minutos", allí decía Elmo Duncan el fiscal de la obra, en sus pretensiones por censurar la obra por obscena:

“Amigos, no temamos ser severos censores... mucho antes de Jesucristo, Platón planteó en Grecia ante los relatos que se hacían a los niños con ideas contrarias a lo deseable... lo primero que hay que hacer es establecer una censura de los escritos de ficción... y así tendremos que permitir que las madres y las ayas narren a los niños únicamente los relatos autorizados”

-Será, decía Alonso, necesario recurrir a la censura?

-Cómo puede decir eso viejo, usted que es uno de los defensores de la libertad de expresión, de la tolerancia y del respeto.

-Por eso mismo hermanito, lo que estamos viendo aquí no tiene ni respeto, ni tolerancia por el público, no entiendo como los medios de comunicación siguen sin reconocer que la información que presentan y el tratamiento dado puede incentivar en las personas emociones que las llevan a la violencia y que las hacen más insensibles a ella.

Aquella noche le esperaba a Alonso una larga vigilia una larga y tortuosa ruta hacia lo desconocido, la luz de los relámpagos iluminando la estancia y el cántaro roto cargado de lluvia auguraban una noche pletórica de sorpresas.

Con el dolor del alma repetiría una y otra vez esas imágenes para realizar su análisis y posterior aporte a la investigación acerca de la violencia en los medios. Al realizar su trabajo Alonso sentía algo extraño con el comandante, algo de intranquilidad, que le inducía a pensar en algo paranormal, como esa extraña sensación que le dejó la experiencia del pacifista. Y entonces detectó algo, el close up... los ojos verdes del comandante le hablaban... esos ojos... maldición...

...de repente estaba dirigiendo el grupo de teatro del colegio, sí! del bachillerato y allí estaba ella con sus diecisiete añitos y esas pequitas en la respingada nariz, recitando su parlamento: “Lleva siempre esta medalla en tu cuello, esto te resguarda de la muerte y no olvides la oración del Espíritu Santo” y abrazaba a Faustino y rozaba sus labios con los de él, quien sonreía y la abrazaba, se despedía y salía a combatir a la guerrilla. Ven con nosotros soldado, ven. Ese era el título de la obra teatral que se presentaría en la semana cultural.

Martha, ese era el nombre de la agraciada jovencita fuente de inspiración de Alonso para la creación del grupo de teatro y para todo lo concerniente con su vida de dirigente estudiantil y de febril militante izquierdista.

Como en un carrusel que gira y gira Alonso veía pasar sus días junto a Martha, a la niña de sus ojos y pasaba su vida bohemia, la lucha revolucionaria frente al estatuto de seguridad, las torturas en los fríos calabozos del régimen, el caballo torturador “pinocho” en las caballerizas de Usaquén, la preparación en Cuba y en Moscú todo giraba cada vez más rápido y al final solamente los fríos ojos del comandante.

...otra vez Martha, pero esta vez más madura, unos 28 años quizá, con esa mirada de armiño, de nieve, causa de tantos equívocos, inocente y juguetona, esa mirada y esa sonrisa que decían sí y los tozudos hechos diciendo no, ella estaba embarazada y Alonso cada vez más lejos, en el monte, ella con su vida y Alonso con la suya y una vez más la tortura, la rabia, la impotencia viendo como sus hombres caían uno a uno frente a los paras, la sorpresa había sido total, nadie esperaba tal acción; las balas penetraban su cuerpo, el plomo ardiente rasgaba la blancura de su carne, la sangre corría y de pronto lo ve llegar, un relámpago, la motosierra que está arrancando su cabeza y ésta a un lado mirando con sus enormes ojos verdes como su cuerpo se retorcía... Martha llegaba y en el fondo una melodía, con la voz de Fausto cantando: “He inventado tantas cosas que hace ya dos noches no puedo dormir, he inventado un beso nuevo para que tú boca sea muy feliz... te inventé para mí...” y los ojos verdes de nuevo en la inmensidad del tiempo y en el silencio profundo de la tormenta.

- No puedo creer lo me dice viejo Alonso, se está volviendo loco, deben ser pesadillas, debe descansar, váyase a la mierda hermano y olvídese de esta investigación, déjeme colaborar más y verá cómo todo se arregla. Así le respondía Mario a Alonso la confidencia hecha, y su rostro mostraba una preocupación que ni él mismo supo comprender.

La crítica en esta oportunidad fue más dura. Al decir de uno de los más influyentes diarios de la capital: “Esa persistencia de lo violento se consideró una fórmula primitiva para atraer audiencia, es la trivialización de la violencia, del sufrimiento y de la muerte, lo cual produce el endurecimiento de la sensibilidad. Es decir, eso vende y al mismo tiempo destruye”.

El celular repicó y Alonso salió de sus pensamientos con el más extraño presentimiento, al otro lado de la línea Mario, atropelladamente le informa acerca de sus pesquisas en torno al cadáver del comandante, al dictamen de los legistas desaparecido, y la historia de lo familiares tratando de enterrar el cuerpo en varias poblaciones y siempre lo mismo que no había bóvedas en cementerio alguno y bueno... el final era lo más escalofriante: El cadáver del comandante también había desaparecido.



El Extranjero

Un hombre moribundo en la camilla de un frío hospital está concediendo una entrevista a un periodista, un zoom de la cámara permite ver cómo su rostro y toda su cabeza están literalmente carbonizadas, la voz entrecortada y angustiada relata a media voz como había llegado a la población fronteriza del vecino país en plan de negocios, se reunía allí una convención de cooperativistas exportadores en busca de nuevos horizontes para los productos nacionales.

Todo había transcurrido normalmente hasta la noche en la cual, el entrevistado confesaba su craso error: al salir del hotel, deambulando encontró un barcito abierto y... en el fondo la voz de Carlitos Gardel cantando un viejo tango, su debilidad:

“... sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en las sombras te busca y te nombra...”

Allí se dedicó a beber y a recordar como en su fría Bogotá había transcurrido una vida de soledad, pues si bien es cierto que contaba con una familia que le amaba, y había tenido más o menos éxito en la vida, sabía que en el fondo nunca había encontrado el verdadero amor, y solía decir que no existe una soledad más triste y cruel que la soledad en compañía.

”... tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos...” continuaba Gardel.

Un taxista le grita y lo zarandea exigiéndole que le diga a donde diablos quiere que lo lleve, en cual hotel quería que lo dejara y él no sabía dónde se encontraba ni entendía las preguntas. Solamente recuerda los tangos y la rubia Alix, con sus bellos ojos azules, su cabello liso... allá en el barrio Policarpa. Acto seguido el chofer lo insulta y llama a la policía alegando que no le quería pagar la carrera, los agentes exigiendo los documentos de identificación y al ver la cédula Colombiana ordenan detenerlo, al grito de ¡Colombianos cabrones de mierda!

De allí en adelante todo fue tragedia, golpes, insultos y, el extranjero como le llamaban los agentes, se siente empujado a un calabozo oscuro y a un colchón viejo con olor a cadáver en descomposición. El extranjero trata de poner en orden sus ideas pero el maldito ron no le deja comprender aún lo ocurrido, de pronto siente algo alrededor de él, hay alguien más en el calabozo, los ruidos indican que varios hombres están allí con él y de pronto todo se ilumina, ¡le prendieron fuego al colchón! ; las llamas lo abrazan, lo consumen, sintiendo él mismo el acre olor de su cuerpo y el dolor que se apodera de todos sus sentidos... y la rubia Alix cantando con Gardel:

“porque el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar (...) volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”

El periodista trata de encontrar más información pero el hombre ya no puede hablar, ese rostro carbonizado se contrae del dolor y los médicos le solicitan al "periodista" abandonar la habitación.

Las imágenes del noticiero esta vez fueron presentadas con la advertencia que serían fuertes y la noticia presentada con el debido respeto, tratando de descubrir y esclarecer los oscuros hechos que ocasionaron la muerte de éste compatriota nuestro en el exterior y muestran cómo los medios de comunicación cuando son orientados con objetividad y profesionalismo pueden denunciar y ser partícipes de la lucha contra la impunidad.

En lo siguientes días se complementa la información, gracias a la colaboración de Mario se puede establecer que el extranjero fue asesinado por agentes de seguridad del vecino país en un ataque xenófobo, mostrando una vez más como la intolerancia y la falta de solidaridad conducen al ser humano a realizar actos de barbarie.

La lluvia continúa cayendo fuerte y los relámpagos iluminan la estancia en la cual Alonso medita acerca de los últimos acontecimientos, enciende su pipa y observa por la ventana como la lluvia cae y cae.

Hace más de un mes que llueve sin tregua y Alonso recuerda exactamente el instante en el cual se inició este diluvio, fue el día en que asesinaron al pacifista, desde ese día no escampa y nada que aparecen los cadáveres del pacifista, ni del comandante. Este misterio continuó sin solución y Mario atormentándolo día a día con la petición de un mayor espacio para su colaboración y una retirada de él, recomendándole visitar a un psicólogo para que le aclare lo que está sucediendo con su vida.

Estas reflexiones le conducen directamente a las imágenes de horror vividas anteriormente ve al comandante tratando de incorporarse en medio del linchamiento y al pacifista mirándolo con esos ojos verdes y la cara carbonizada y al extranjero con la camiseta azul y roja y el vacío, la soledad, la angustia, la rabia, el dolor y Mariace, Martha y Alix en un abismo inmenso por el cual rueda y rueda sin caer, sin tocar fondo preguntándose, qué es la muerte y después... para qué es la vida...

-Bueno viejo cómo ve la situación, para hoy se prepara una protesta en el sepelio del extranjero, miles de personas desfilarán por frente a la embajada. Dice Mario dirigiéndose a Alonso al que ve cada vez más absorto en sus meditaciones.

-Hombre Mario -Alonso mastica las palabras- la verdad no se me ocurre nada nuevo, la protesta, los medios registrando las escenas, los noticieros tratando de ubicar el morbo del asunto, la espectacularidad, en fin, la rutina, lo único nuevo sería que dejara de llover.

La protesta no se amilanó con la lluvia, por el contrario, pareciera que ésta atrajera cada vez más gente, con pancartas y gritos de abajo al hermano país. Estaban impacientes a la espera de la llegada del cadáver para dar inicio al recorrido que se tenía previsto de allí, de la Iglesia hasta el cementerio, pasando por la embajada.

Sin embargo algo inesperado habría de truncar esta manifestación de dolor y de impotencia, El cadáver del extranjero había desaparecido.


¿Una muerte verdadera?

Alonso en su alucinación toma su auto y pisando a fondo el acelerador , esta vez no podía dar crédito a lo ocurrido, la noche anterior Mario le había dicho:

-El cadáver del pacifista fue localizado y está intacto incorrupto en la sala de velación de la Funeraria del Adiós y ese viernes diez de noviembre a las tres de la tarde se realizarán las exequias.

El psicólogo le había ordenado salir de la ciudad y descansar unos días, a su regreso estaría todo preparado para practicarle una regresión, pues no encontraba otra forma de ayudarlo, sin embargo algo le decía a Alonso que este día será definitivo en su vida. El locutor lánguidamente estaba comentando la situación del proceso de paz venido a menos por la etapa irreconciliable entre la guerrilla y el gobierno y contaba como los opositores del gobierno culpaban a éste del fracaso y los defensores culpaban a la guerrilla. De pronto interrumpen el análisis para dar paso a una información de última hora que dejo a Alonso paralizado y obligado a pisar el freno de una manera abrupta. Con el pavimento totalmente mojado por la lluvia el carro giró y dio una vuelta completa quedando en sentido contrario. Los pitos y los madrazos lo sacaron de su aletargamiento y los agentes le ordenan retirarse de allí y que diera gracias a Dios por no haber ocasionado una tragedia.

Al borde del colapso Alonso había escuchado que el cadáver del comandante había aparecido y estaba siendo velado en el mismo sitio donde se encontraba el pacifista.

Una vez recuperado el control, si es que se podía recuperar algo, Alonso continuó su viaje hacia su cita con lo inentendible, con lo impredecible, bajo el más torrencial aguacero de los últimos cuarenta días, pero las sorpresas apenas comenzaban, ya en el parqueadero recibió una llamada que lo dejo a punto del desquiciamiento total, el extranjero acababa de llegar a la funeraria ¡sí! a la misma funeraria a la cual él, Alonso estaba arribando.

Alonso se bajó del carro y se dirigió a paso largo hacia la entrada principal de la funeraria y allí estaba ella, de luto y acompañada por su hija, esa belleza no se había deteriorado con el paso del tiempo... era Mariace que pasaba junto a él sin reconocerlo. ¡ no lo había visto!

Con un dolor inmenso Alonso continuó y entonces creyó estar enloqueciendo, en la entrada al ascensor estaba Martha, a ella si se le notaba un poco el peso de los años, pero al girar vio su rostro, su mirada, aquella mirada que le hizo cometer tantos errores... y se encontraba conversando con Alix, ésta si deteriorada por el paso de los años. Ellas lo miraron sin verlo ¡tampoco lo habían reconocido¡ Alonso apretó el paso y siguió su camino, ya no caminaba ahora corría escaleras arriba con la desesperación a flor de piel y al arribar a la sala principal encontró a su propia familia, sus amigos todos allí. ¿En el entierro del pacifista, o del comandante, o sería del extranjero?

Esta vez Alonso se abalanzó contra todos las personas que impedían su paso a la sala y sintió que las traspasaba ¡sí! Estaba pasando a través de ellas y nadie lo veía, nadie lo reconocía todos estaban compungidos, adoloridos, y él llegaba frente al único féretro que había allí, ahora el interrogante era mayor, quien estaba allí dentro del cajón... levantó de golpe la tapa del ataúd y quedó atónito el cadáver tenía puesta la camiseta azul y roja del pacifista, pero estaba carbonizado como el extranjero, la cabeza desprendida del cuerpo como la del comandante y lo único reconocible ante tanto horror eran aquellos ojos verdes abiertos y fríos, aquellos ojos que esta vez no le engañaron y en cambio sí le dijeron la verdad, eran sus propios ojos.

El grito desgarrador de Alonso no fue escuchado por nadie, solamente él lo sentía y en medio de su enajenación cerró el ataúd y por primera vez conoció la oscuridad total, pero ésta vez la rabia, la indignación, el dolor, la impotencia y la verdadera soledad aquella que se siente sin compañía, cedieron el paso a una infinita paz. Afuera, al pie del ataúd la guardia estaba siendo prestada por sus hijos, lo único que en verdad amó con toda su alma y, sin embargo, nunca tuvo realmente.

En el exterior el sol resplandecía de nuevo y el trío de los Panchos cantaba “Rayito de luna blanca, que iluminas mi camino…”

FABIO ALBERTO CORTÉS GUAVITA
SAULOMÓN
Colombia, diciembre 9 de 2007

Mis viajes