Fue la fragancia de mi ser,
el norte de mi vida terrena
la idealice como lo más perfecto:
la mujer.
Sentí el mundo bajo mis pies
el triunfo ante la muerte
ella fue la elegida:
la mujer amada.
Creí en la encarnación del amor
idolatré su cuerpo
sintiéndola mía presentí el orgasmo
del cosmos infinito:
la mujer deseada.
Avizoré lo mejor para ella,
le confíe mi todo unívoco y sapiente
la forjé como ideal creador de infinitudes:
la mujer estructurada.
Creí alcanzarla, coexistí con ella
compartí su mundo
la entendí y penetre en su vida:
la mujer comprendida.
Nos amamos en las tardes, en las noches
en los días
en los recónditos misterios de la vida,
en las calles, en el cosmos, en el sauna,
en las galaxias, todo era sublime:
la mujer satisfecha.
La gratifiqué apasionadamente,
come todas sus inquietudes
no vislumbre el fantasma de la frialdad:
la mujer envanecida.
La vía láctea extravió su cauce,
feneció el deseo,
su actitud en contravía con los sentimientos:
la mujer falsa.
No alcancé a concebir sus devaneos,
nunca advertí su desidia
menos aún imagine la divagación en ella:
la mujer trivial.
Intuí que se imponía el adiós,
el final se hallaba
en el suspiro de la evocación
amor no puede ser la entrega de uno
y la vacuidad del otro:
la mujer egoísta.
El enigma de la tiniebla apagó la ilusión
la indiferencia torna en vaguedad su entorno:
la mujer hipócrita.
Una tarde cualquiera le dije adiós,
se imponía la cordura
la sensatez hacia curso en el desatino
en fugaz instante todo cambio,
el beso de la despedida fue una mueca de dolor:
la mujer traidora.
Vino el caos, la venganza, la muerte
el arrollador sentir de los recuerdos
el comprender la realidad, la falacia de su amor,
el artificio de su traición,
la desazón del desengaño,
el sinsabor de la congoja,
el tormento del sentimiento y del remordimiento:
la mujer odiada.
La confrontación abrió el culmen de la verdad
un rayo de luz irrumpió en la noche triste
el pasado punzante quedo atrás,
la alegría de vivir tornó de nuevo al nido
la esperanza trajo consigo de nuevo la sonrisa
la fe y las emociones dieron rienda suelta a la vida,
la felicidad una ves más acarició
las fibras de mi ser
y obedecí los mandatos de mi corazón:
la mujer olvidada.
Fabio Alberto Cortés Guavita
POETA MAESE
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