La verde pradera del solitario paraje al cual habían llegado caminando en silencio, -absortos en sus propias cavilaciones- los extasió, sin darse cuenta se habían tomado de las manos y asidos por ellas se sorprendieron de la belleza de la estancia, pletórica de huertos y de cantarinas aguas; poseídos por los aromas más sutiles y el radiante sol en lontananza.
Los ojos en los ojos hablaban en silencio, que misterio el del lenguaje del amor, las promesas redundan en el instante excelso, el beso triunfa sin demandar anuencia, las manos florecen y acarician sin distinguir que pretenden en su delirante anhelo, vuelan y se deslizan haciendo de la piel su albergue.
La epidermis se convierte en la estela del desenfreno, el inconsciente desbordar de las pasiones llega y allana, emigra y triunfa, retornando una vez más para quedarse eternamente ignoto.
El tiempo se acopla con el espacio exánime y reclama vida en el misterio de la nada, y el todo atesora singular ofrenda por la esencia de la vida y el milagro de la muerte.
Lo sublime es exiguo en la conciencia del verdadero amor, los cuerpos se entrelazan y cruzan y tejen y tornan y descubren y expresan y confiesan y profesan y desean y evocan todo en un relámpago interminable, por lo efímero de la eternidad.
Esa noche el Poeta siente que sin los avatares de la época de su amor primero, del amor jamás consumado, y de la falsedad del otro consumado en exceso; por fin ha tocado las puertas de la gloria, siente el paraíso más cerca de su vida y escribe una carta sin destino:
Mujer, este es el huerto de todas mis antiguas promesas de amor, este es el huerto donde las palabras de amor, el olvido, los tapices y la noche derribaron los muros que guardaban nuestra ternura.
Qué nos hicieron amor, nos dejaron el vino más dulce el amor sin escombros, en un minuto tu risa anduvo por la otra mitad del mundo, vivimos en nuestro tierno encuentro en la cubierta soledad del huerto, encontramos los grandes rumbos de la noche sentados en el esplendor del día.
Sabrás que somos perdurables si con estas manos hacemos nuestra historia después de haber amado día a día palmo a palmo nuestros cuerpos, con la ternura que nos sobra celebramos purísima ceremonia en la hierba más allá de la ceniza y las angustias que abandonamos en todos los caminos.
Mujer, se romperá la sangre y esta tierra que habitamos tendrá viento manantial en sus trigales, tendremos por visita la alegre risa de un impúber, la canción tuya naciendo de un río de canoas vacías y de tamboras secas.
Andando por el fuego de los viejos territorios descubrimos el origen de nuestra sed y esta mañana un sol acostumbrado irrumpió por el pórtico de nuestras vidas con el dulce pan y la fresca noticia.
Flameará el sol en su trono vegetal y toda impaciencia festejará la llegada de tu mirada, vendrá el mar con la canción de tus huertos y tendremos tierna hamaca en la eternidad, un acordeón de olas besará tu cuerpo y arrullando tu sueño nos miraremos diciendo adiós a las tristezas.
FABIO ALBERTO CORTÉS GUAVITA
POETA MAESSE
COLOMBIA
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