Aquella tarde ya lejana en el recuerdo, al recibir la noticia del accidente
de mi hijo sentí el frío del acero atravesando mis músculos, mis sienes, mi
alma; sentí que las luces enmudecían bajo la antorcha de la muerte. El viaje a Barranquilla
fue como la trayectoria hacia el ocaso,
el avión que nos llevaba a mí y a la madre de mi hijo pareciera que viajará por
las riberas inclinadas de la Eternidad.
Una vez allí el rumbo a Santa Martha fue como el grito desgarrador
de la muerte susurrando al oído, el viaje no logrará nada van a llegar tarde y
las sombras escondidas nos asaltaban desde la playa y el mar rugía de dolor, el
alma se alteraba y estallaba en mil pedazos, en un silencio abrumador, no hablábamos
nada, cada uno sumido en su propios pensamientos y la imagen del hijo que corría pequeño en busca de los
brazos de sus padres hacia presencia omnímoda. La etapa final hacia el hospital
fue más larga y eterna, el camino sin fin por las arenas del mar de la muerte
en cuyas tristes ansias se ofrendaban los últimos laureles.
El germen del dolor estaba instalado en la pútrida esencia del
miedo como
si el corazón fuera la piedra esculpida de una Esfinge; la pléyade de recuerdos
se vaciaba en el misterio, al pie de ese
hospital, vencido por el Dolor y la
Muerte rondando los pasillos solitarios, fríos y con el olor de la muerte. Al
entrar a urgencias lo vimos en la camilla herido pero salvo, herido pero VIVO.
El corazón estalla en mil colores, traducidos en requiebros de paz,
DIOS gracias Señor por dejarlo a nuestro lado, ya nada inquieta la paz de
nuestros corazones: ¡Cuán bello es todo! Al escuchar su voz serena sonó la
calma solitaria, una armonía irreal llenaba nuestros corazones, una armonía escapada
de los brazos inertes del Misterio. Gracias SEÑOR por esta armonía cósmica,
escrita por las manos de Dios en el destino, en el pentagrama de la providencia
Divina.
Fabio Alberto Cortés Guavita
POETA MAESSE
Bogotá, enero 21 de 2015
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